
"… Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. " (1 Juan 1:3).
En el último artículo, hablé de cómo es que la Trinidad hace que nuestra perspectiva de Dios sea distinta y única. La meta de esta publicación es explorar la relación de la Trinidad con la vida cristiana. Para comenzar, te pido que consideres esta próxima declaración: La vida cristiana es una vida que participa en la vida de la Trinidad. Esto es, que el cristiano ha sido invitado a entrar a la vida de la Trinidad, y así, experimentar esta vida, al ser atraída a la Trinidad. Así mismo, la vida cristiana es enteramente trinitaria y no puede ser completamente entendida de otra manera. Donald Fairbairn incluso ha llegado a decir, “La doctrina de la Trinidad es la puerta al entendimiento de la vida cristiana” (Fairbairn, 2009, p. 243).
UNIÓN CON CRISTO
Para poder entender esto, primero debemos de entender la naturaleza de nuestra unión con Cristo, ya que este es el núcleo del cristianismo. Estamos vitalmente conectados con Cristo en su vida, muerte, resurrección y ascensión. En la encarnación, Dios ha unido a la humanidad y la Divinidad por siempre. Por lo tanto, por medio de la encarnación, participamos como humanos en la vida Divina por el Espíritu por medio de la humanidad de Cristo Jesús, nuestro hermano, gran Sumo Sacerdote y Cabeza de la iglesia. Ya que Él participó en nuestra vida como humano, nosotros participamos en su vida como humanos, y su vida es una vida que se vive dentro de la relación eterna de un Dios trino. Por lo tanto, somos llevados a una relación trinitaria.
James Torrance lo describe de esta manera:
“El propósito principal de la encarnación, en el amor de Dios, es levantarnos a una vida de comunión, de participación en la propia vida trina de Dios” (Torrance 1996, p. 32). Así mismo participamos ‘por medio del Espíritu Santo en la comunión encarnada del Hijo con el Padre…'(ibid, p. 9). El punto es que por medio de nuestra comunión con Jesús, somos invitados y llevados dentro del circulo del amor trinitario (Seamands, 2005, p. 60). Somos participes de la relación de amor única del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo.
Esto es lo que Juan tiene en mete en 1 Juan 1:3: “…lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.” Juan está diciendo aquí que han sido incluidos en un compañerismo verdadero con el Hijo y el Padre, una relación que ha sido extendida a los humanos por medio de la humanidad de Jesús. Jesús mismo habla de esto en Juan 14. Nota el énfasis trino de Jesús: “…el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. " (Juan 14:17).
Aquí Jesús hace referencia a la habitación del Espíritu, la cual es la manera en la que nos une para participar en la relación con el Padre. “En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.” (Juan 14:20). Jesús habla aquí acerca de lo que se denomina como la habitación mutua del Hijo y el Padre. Lo destacable es que por el Espíritu uniéndonos con Jesús, somos incluidos en esta relación. No es que seamos absorbidos hacia lo Divino para hacernos Divinos, sino que somos incluidos en el compañerismo Divino entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Como nuestro gran Sumo Sacerdote, en su oración en Juan 17, Jesús claramente describe la vida eterna en términos de traer a sí mismo aquellos que el Padre le ha entregado a su compañerismo y comunión. Nota estas palabras en Juan 17: “como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:2-3).
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” (Juan 17:20-23).
Aquí se establece que nuestra unión con Cristo nos hace entrar a la unidad de la Deidad, y por esta participación, recibimos el amor del padre y del Hijo y nos volvemos compañeros de Dios en la misión de Jesús.
Por ultimo, Jesús dice, “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.” (Juan 17:26).
Nuevamente, Jesús está diciendo que por medio de nuestra unión con Él, el amor del Padre por Jesús estará en de nosotros. Esto significa que Él nos ama tanto como ama a Jesús o que ahora nosotros amamos a Jesús con el amor que el Padre tiene por Él. ¡Quizás ambos! Una cosa es segura; estamos incluidos en esta relación única entre el Padre y el Hijo.
EL PAPEL DEL ESPÍRITU
Todos estos beneficios vienen a nosotros por la operación del Espíritu. Él es quien nos une a Jesús por fe. Puedes recordar Juan 14:17, el Espíritu viene a morar en nosotros. Él también nos une a Jesús al bautizarnos en su cuerpo uniéndonos a su vida, muerte, resurrección y ascensión (1 Corintios 12:12; Romanos 6:3-6).
Él aplica la vida de Cristo a notros y da testimonio junto con nuestros espíritus que somos los hijos adoptados de Dios (Romanos 8:15,16), ya que Él es el agente por el cual hemos sido adoptados como hijos de Dios. Mientras obra la vida de Dios en nosotros, nosotros damos fruto (Gálatas 5:22-26) que demuestra que hemos crucificado la sangre por medio de la unión con Jesús. Pablo también dice que el Espíritu intercede por nosotros cuando no sabemos cómo orar (Romanos 8:27). A partir de esto, se entiende que hasta nuestra vida de oración es parte del compañerismo Trinitario.
Sin embargo, puedes estarte preguntando cómo es que esto es aplicable a nuestra vida cristiana. Buena pregunta. Déjame ofrecerte algunas maneras en las cuales esto es relevante a tú vida diaria y discipulado.
1. ESTA ES LA VIDA CRISTIANA.
Esta es la esencia de lo que significa ser cristiano. Esto es la razón por la cual Pablo dice en Gálatas 2:20, “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.” Pablo no dice que su personalidad ha sido borrada, o que su personalidad ha desaparecido, sino que la vida cristiana es la vida de Cristo vivida por Cristo en y por medio del pueblo de Cristo. La vida de Cristo en su núcleo es una vida de comunión perfecta con el Padre en la relación de la Trinidad por toda la eternidad. Él nos permite participar en esa comunión con el Padre.
2. ESTA ES LA BASE DE LA EXHORTACION POR UNA VIDA CRISTIANA.
Por ejemplo, Pablo basaba sus apelaciones para vivir de una manera justa con estos asuntos tal y como lo hace en Romanos 6 y Colosenses 3. La razón por la cual está en este orden es porque nuestra vida fluye de su Deidad, de la cual nosotros participamos por el Espíritu por medio de la humanidad de Jesús en su vida, la cual es una vida de comunión con el Padre.
3. ESTO NOS HACE CENTRAR NUESTRO ESFUERZO DE DISCIPULADO EN LA OBRA DE DIOS EN NOSOTROS.
No somos simplemente personas que viven para Dios. Somos personas que tienen a Dios viviendo dentro y por medio de nosotros. Esto nos hace más conscientes de nuestra necesidad de confiar en Él y encontrar nuestra vida, o sea, encontrar significado y fuerza en Él. El discipulado no es algo que hacemos para Dios, sino que es algo que Él primeramente hace en nosotros.
4. ESTO AUNMENTA NUESTRA CONSCIENCIA DE LA GRANDEZA DE ESTE REGALO DE LA VIDA QUE SE NOS HA CONCEDIDO, PARA SER PATICIPES DE LA VIDA TRINA DE DIOS.
Ser levantado por la danza divina entre el Padre, Hijo y Espíritu. Vernos a nosotros mismos viviendo esta relación íntima y llena de gozo, para ser asombrados y maravillados. Ver el verdadero significado de lo que es verdaderamente ser cristianos, para levantar la perspectiva que tenemos de nosotros mismos a la luz de todo esto. Estar completamente sin palabras y entrar a una postura profunda de adoración abrumadora, al contemplar estas verdades.