
Estaba manejando con mi hermana el otro día y dije un comentario descortés acerca de una situación que me estaba frustrando.
"¡Guau!" dijo ella, "¡Al menos admite que eso te causa amargura!"
No me había dado cuenta que sentía amargura, para ser honesta. Había expresado mis sentimientos en frases cristianas y amables, “Solo es un poco frustrante.” “Estoy orando para que Dios les traiga convicción.” “Esto no me afecta pero…”
Y Dios usó las palabras de mi hermana nuevamente para ahora recordarme lo mucho que titubeo al llamar por nombre el pecado en mi vida.
La práctica de confesión y arrepentimiento es profundamente bíblico, pero últimamente he sentido la convicción de que raramente lo practico en mi vida personal y en la comunidad de la iglesia. Existe una instrucción muy clara en cuanto a la confesión, tanto pública (Santiago 5:16) como privada (1 Juan 1:9). Como grandes pecadores que somos con el gran Salvador que tenemos, siempre tendré la necesidad de reconocer mi propio pecado y buscar con expectación la gracia de Dios, por la sangre de Cristo, para cubrir mis pecados.
Hace varios años escuché a Anne Graham Lotz hablar, y escribí esta frase en mi Biblia, “La cosa que más dañará mi ministerio es mi propio pecado, así que rindo cuentas con Dios, y hago un espacio para el arrepentimiento diario.”
En mi vida personal, existen maneras específicas en las que decido arrepentirme.
Cuando reconozco el pecado que me daña, hablo abiertamente con Dios acerca de ello.
A medida que voy creciendo, me doy cuenta que estos tienen que ver más y más con la actitud del corazón: amargura, orgullo, lujuria y enojo. Y como esto es entre Dios y yo, usualmente son confesiones privadas.
Confieso mi pecado tan abiertamente como el efecto de ese pecado.
Si acaso, por ejemplo, he herido a otro individuo, o inclusive a un grupo de personas, creo que es apropiado que el reconocimiento de este pecado alcance a la persona o al grupo afectado.
Permito que Su amabilidad me guíe hacia mi arrepentimiento.
Cuando mi alama está angustiada, cuando mi corazón tiene una pesadez, cuando mi culpa es clara, estas cosas son simplemente un recordatorio de buscar la presencia de Cristo (Oseas 5:15).
Nuestra cultura no está acondicionada al arrepentimiento. No es una palabra que se explique común ni fácilmente. De igual manera, no es una actividad fácil ni indolora. De manera predeterminada, nuestra necesidad de arrepentirnos revela que aún no estamos en donde deberíamos de estar.
Hay una hermosa historia antigua donde G. Campbell Morgan comenzó a predicar en una iglesia cerca de F. B. Meyer. Muchas personas dejaron la iglesia y los servicios de Meyer para escuchar a Morgan, y Meyer se encontró apoderado por una profunda envidia y celos, su corazón estaba lleno de pecados que él pensaba que había superado hace muchos años. Después escribió, “La única manera en la que puedo vencer a mis sentimientos es orando por Morgan diariamente, lo cual hago.”
El arrepentimiento requiere acción. Para algunos pecados, esto significa una acción de alejarse de las personas, los lugares, y las actividades que nos causarán daño. Usualmente esto requiere rendir cuentas con amigos de confianza que nos hablarán con honestidad, así como mi hermana lo hizo conmigo. Sobre todo, requiere la presencia de Cristo, la sumisión de nuestro corazón hacia su Espíritu, y la dedicación diaria a la oración expectante.
La manera en la que nos arrepentimos es vital para nuestra salud espiritual. Somos grandes pecadores, pero Jesús… Él es el gran Salvador.