
El edificio solo es tan fuerte como su cimiento. Las paredes ni siquiera pueden soportar su propio peso, pero cuando ese peso se transfiere a los cimientos, todo el edificio se encuentra estable.
Esto lo aprendí mientras meditaba en el Salmo 55:22: "Echa sobre Jehová tu carga, y él te sostendrá; no dejará que el justo caiga y quede abatido para siempre”.
Al buscar el significado de las palabras y estudiar el pasaje, lo primero que aprendí fue que la palabra “carga” solamente es usada en este versículo; no se repite en ningún otro lugar del Antiguo Testamento. La palabra “carga” literalmente significa “aquello que es dado”. Me pregunté, ¿Qué es dado? ¿Quién lo da?
COMPRENDÍ QUE ES DIOS QUIEN DA, Y LE DA A UNA PERSONA TODO LO QUE TENGA QUE VER CON ELLA.
Él da vida y existencia. Él da género y nacionalidad. Él da salud o enfermedad. Altura, peso, potencial, habilidad, talento, falta de talento, debilidad, fortalezas, estatus, oportunidades, dificultades, retrasos, tiempos difíciles, luz y oscuridad. Todo lo conectado con nuestras vidas no comienza por nosotros, sino que viene de Él. “Respondió Juan y dijo: Un hombre no puede recibir nada, si no se le ha dado del cielo" (Juan 3:27). Así como una pared, no puedo soportar mi propio peso ni tengo estabilidad. Mi propia carga me abruma. Soy un castillo de naipes.
El Señor nos dice (nos demanda en realidad) a echar nuestras cargas sobre Él, y Él nos sostendrá.
Transfiere a Él todo peso que te ha dado, absolutamente todo. Tanto fortalezas como pecados, tanto dinero como deudas, tanto riquezas como enfermedades. TODO de ti. Él lo cargará y te quitará la carga. La estabilidad viene cuando Dios toma sobre Él nuestras cargas. ¿Acaso no es grosero aventarle todo nuestro equipaje a Dios y esperar que Él sea quien lidie con ello como si fuera cualquier sirviente? Por más loco que suene, Su intención siempre ha sido cargar nuestras cargas.
"Bel y Nebo, los dioses de Babilonia, se inclinan cuando los bajan al suelo. Se los llevan en carretas tiradas por bueyes. Los pobres animales se tambalean por el peso. Tanto los ídolos como sus dueños se doblegan. Los dioses no pueden proteger a la gente, y la gente no puede proteger a los dioses; juntos van al cautiverio. Escúchenme, descendientes de Jacob, todos los que permanecen en Israel. Los he protegido desde que nacieron; así es, los he cuidado desde antes de nacer. Yo seré su Dios durante toda su vida; hasta que tengan canas por la edad. Yo los hice y cuidaré de ustedes; yo los sostendré y los salvaré". (Isaías 46:1-4)
Dios nos creó para que echemos nuestras cargas sobre Él. Es perverso evadir aquello a lo que nos ha mandado hacer. Como el perverso que soy, refuté a la conclusión del versículo: ¿No dejará que caiga el justo? ¿Puede ser eso verdad? ¡Yo me preocupo todo el tiempo! ¿Alguna vez has sentido que las promesas de Dios son para todos menos para ti, que tú eres la excepción?
Al considerar esto y tratando de relajarme, recordé Hebreos 12:27: "La frase «una vez más» indica la transformación de las cosas movibles, es decir, las creadas, para que permanezca lo inconmovible”.
Aquí se encuentra mi respuesta: Tal vez dude, pero esto me demuestra en dónde he depositado mi confianza. Si estoy confiando en cualquier otra cosa que no sea el Señor, esa cosa creada no podrá con mi carga; se desmoronará y se romperá. Cuando esto suceda clamaré, “¡Señor ayúdame!,” y Él me ayudará. He aprendido por experiencia lo tonto que es poner mi confianza en cualquier cosa que no sea el Señor Creador. Sucede una y otra vez, siempre en una parte diferente de mi vida; vuelvo a dudar, vuelvo a abandonar mi fe mal puesta, vuelvo a arrepentirme y vuelvo a confiar en el Señor.
ES DE JUSTOS ECHAR TU CARGA SOBRE EL SEÑOR, ES DE NECIOS NO PONER TUS CARGAS SOBRE ÉL.
¿Cuándo termina? Cuando mi vida y todo lo que soy sea puesto completamente en el Señor; cuando todo lo desmoronado, las piedras, el escombro y el polvo hayan sido sacudidos y removidos; cuando mi vida se encuentre fundada en lo inconmovible. Lo que queda es eterno, más precioso que el oro, un cimiento incrustado con rubíes y piedras preciosas que nadie puede sacudir.
Nada de lo que se pierde en el proceso vale la pena retenerlo. Lo que permanece es lo invaluable. Ahí es donde reina el Príncipe de Paz, y su paz es grande.
"Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es un fuego consumidor”. (Hebreos 12:28-29).