
Tal vez una de las historias de los evangelios que más muestra el poder de Jesús es la de la multiplicación de los panes y los peces. Es una historia que nos muestra a un Jesús interesado en aquellos que no tienen que comer y por lo tanto, es un pasaje muy usado para enfatizar la necesidad de ayudar al que tiene poco, pero hay mucho más en ese pasaje. El evangelio de Marcos se encarga de mostrarnos a nuestro Señor como siervo, y al serlo, como ejemplo de servicio.
La narración de la multiplicación de los panes y peces se puede encontrar en Marcos 6.30-44 y es a través de la dinámica entre el Señor y sus discípulos que podemos encontrar nuestra enseñanza.
Los 12 acababan de regresar de su viaje de misiones y estaban muy emocionados por lo que habían hecho. El Señor les invita a tener un poco de tiempo libre, para descansar y apartarse del difícil trabajo del ministerio. Pedro y los demás suben a la barca con sus mentes y corazones enfocados en el precioso tiempo de descanso que les espera cuando, al ir recorriendo el lago, ven en la orilla a decenas, cientos y miles de personas que les seguían a la distancia. La Biblia nos dice que Jesús vio a estas personas como ovejas que no tienen quien las guíe, cuide y proteja; así que tomó la decisión de suspender temporalmente las “vacaciones” para enseñarles y compartir con ellos. ¡Qué gran decepción debió haber sido para los discípulos! Pero la clave está en que Jesús tuvo compasión de ellos.
¿Qué es tener compasión? La compasión es aquello que produce un dolor intenso en nuestro corazón al ver la desfavorable situación de otro y que nos motiva a actuar de manera que hagamos un impacto en su vida. Jesús sintió compasión por la gente pero no porque no tuvieran dinero o porque fueran “pobres” sino porque espiritualmente estaban desamparados. Jesús no vino a esta tierra a crear la más grande organización de ayuda benéfica sino rescatar al ser humano de su estado de desamparo espiritual en la que el ser humano mismo se ha metido a raíz de su pecado. El problema era que los discípulos no tuvieron compasión.
Al llegar la tarde, los discípulos sugirieron a Jesús que los dejara ir, para ellos esta era la solución. Pero Jesús quería que ellos también fueran movidos a compasión, “Dadles vosotros de comer”. Pero el problema del corazón endurecido encuentra todas las excusas para no moverse en compasión por otros. Tal vez tenían el dinero o no, pero ni siquiera consideraron la idea de poder alimentar a las personas al menos con un poco de pan. Jesús, por otro lado, sabe que no se necesita mucho cuando se trata de bendecir a otros. Jesús pide lo que tienen y les va a mostrar lo que pasa cuando un corazón compasivo descansa en el poder de Dios para actuar.
Trajeron cinco panes de cebada, de no muy buena calidad y dos pececillos secos, la palabra que se usa en el evangelio de Juan nos indica que eran peces de no más de 15 cm de largo. No era mucho y tampoco era de gran calidad pero Jesús haría maravillas con esto. He aquí el corazón de este milagro narrado por Marcos, Jesús quiere que nosotros compartamos su corazón compasivo, ese corazón que está dispuesto a suspender las “vacaciones” y el tiempo de descanso para bendecir a otros. ¿No debería dolernos el corazón por las mismas razones por las que le duele a Él? Cuántas almas, cuántas personas andan como ovejas sin pastor, simplemente lo que su corazón egoísta les indica, perdidos y sin esperanza.
Yo puedo escuchar la voz de Jesús diciéndome, “Dales tú de comer”, “Haz tú la diferencia”, “Trastorna al mundo como lo hicieron aquellos doce”. Lo triste es que mi respuesta suele ser, “No alcanza con lo que tengo”, “Yo soy solo una persona”, “Mejor que vayan a buscar su propia comida”. Pero es que no he entendido, si comparto el corazón compasivo de Jesús, que ve las almas perdidas y quiere rescatarlas; y traigo mis manos y mis capacidades, que tan solo son panes de mala calidad y pececillos secos malolientes, me voy a sorprender lo que Él puede hacer con ellos.
Los discípulos estaban endurecidos ese día, pensaban en lo impertinentes que habían sido estas personas al interrumpir sus planes de descanso pero Jesús tuvo compasión de estas personas y les mostró que pasa cuando un corazón compasivo y el poder de Dios se unen, milagros y maravillas ocurren. Ojalá la iglesia de hoy pueda entender esto y dejar de actuar como los discípulos aquel día. Llevémosle nuestros panitos y pececitos a Jesús con un corazón que dice, “Señor, no es mucho, pero quiero ser parte de tu obra, haz Tú maravillas”. No podemos imaginar lo que pasaría. El mundo necesita ver lo que la compasión poderosa de Jesús, a través de su iglesia, puede hacer.